viernes, 10 de abril de 2015

Confianza ciega

Los niños confían ciegamente en sus papás, en las personas que les cuidan, en sus maestros, en sus abuelos... Confían en aquéllos que les quieren y les dan seguridad. Pero, ¿y nosotros? ¿confiamos en ellos?



Es asombroso como cambia un niño cuando el adulto que lo acompaña pasa de considerarlo incapaz de algo a demostrarle que cree en la posibilidad de que lo logre.

No son falsos ánimos: ya vimos que no debemos "dar jabón" ni comparar. Hay que ser realistas y ayudar a cada uno a conocer sus fortalezas y debilidades. Tampoco se trata de dar libertad absoluta, de que lo intenten todo a toda costa: sentido común ante todo.



El caso es que, si tú sólo me oyes decir de ti que eres lento, que eres pesado, que eres incapaz de hacer esto bien, que me pones de los nervios, que a ver cuando espabilas, que ya tendrías que saber hacer tal cosa o que no hay manera de que entiendas tal otra... Si siempre oyes esto... Al final resulta que te lo crees. Es la profecía autocumplida de la que ya habíamos hablado en otros posts. Dichosas etiquetas.

Si en vez de lento, por muy lento que sea, un día empezamos a felicitar porque ha ido un poco más rápido, la velocidad entra mágicamente en su cuerpecito y de pronto las cosas empiezan a cambiar. Si en lugar de decir "eres incapaz de", decimos "yo creo que tú puedes hacerlo" o "con mi ayuda lo conseguirás"; entonces la seguridad rebosa por sus poros y se pone manos a la obra con lo que parecía una misión imposible. Si cuando alcanza una meta complicada para él, reconocemos su esfuerzo; las ganas de seguir logrando retos le ayudarán a lograr cada día más y más.

En varias entradas hemos insistido en que afecto, seguridad y autonomía son elementos clave para un correcto desarrollo. Si les animamos a saltar alto, con cariño, con confianza, dejándoles intentarlo por sí mismos, seguro que salen del agujero, por muy profundo que sea.





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