domingo, 21 de septiembre de 2014

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¡Qué duro es sentirse diferente! Especialmente si la diferencia nos pone por debajo de lo que socialmente está establecido como "normal". A todos nos ha pasado en algún momento. Hasta hay cuentos como "El patito feo" que pretende sensibilizar a los más pequeños inculcándoles que hay que querer a los demás por lo que son, no por su físico o lo que tienen.


Con los niños con dificultades de aprendizaje, caben dos posibilidades: ayudarles a que su infancia sea lo más normal y feliz posible o la más frustrante que hubiera podido imaginar.

Un maestro, en colaboración con la familia, debe lograr encontrar aquello que, en cada alumno lo hace diferente, especial, importante. Es difícil, costoso, lento, a veces casi imposible, pero los beneficios de encontrarlo repercuten directamente en la autoestima y el autoconcepto de los niños.



Ya comentamos en posts anteriores que etiquetar a las personas es un gran lastre. Un niño etiquetado es un niño al que ya hemos limitado su desarrollo potencial. A un niño al que excluimos de determinadas actividades por que su presencia puede ser molesta o dificultar el desarrollo de las mismas, le estamos cortando las alas en lo que a autonomía y a aprendizaje se refiere.

Todos tenemos algo bueno, algo en lo que destacamos (aunque sea un poco) por encima de la media: una actitud, un valor, una virtud, un hábito... Lo mejor es descubrirlo y explotarlo, porque eso nos dará seguridad y confianza para compensar nuestras debilidades.


El adulto debe procurar que el niño dé con eso que le va a hacer brillar "a pesar de los pesares".

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